Antología poética para tod@s vosotr@s


CUADERNILLO-ANTOLOGÍA

DE

POESÍA 







Soneto V
Garcilaso de la Vega

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribiste, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.


No sabe qué es amor quien no te ama,
Lope de Vega

No sabe qué es amor quien no te ama,
celestial hermosura, esposo bello,
tu cabeza es de oro, y tu cabello
como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio, que derrama
licor al alba, de marfil tu cuello;
tu mano en torno y en su palma el sello
que el alma por disfraz jacintos llama.

¡Ay Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando
tanta belleza y las mortales viendo,
perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,
tal prisa me daré, que aun hora amando
venza los años que pasé fingiendo.

Desmayarse, atreverse, estar furioso
Lope de Vega
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.


Cerrar podrá mis ojos la postrera...
Francisco de Quevedo
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche...
Pablo Neruda

PUEDO escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

RIMA LIII
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo frenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas ... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas ... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de sus profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate
así ... ¡no te querrán!


Árbol de mi alma (Fragmento)
José Martí (1853-1895)

Como un ave que cruza el aire claro,
siento hacia mi venir tu pensamiento
y acá en mi corazón hacer su nido.
Ábrase el alma en flor; tiemblan sus ramas
como los labios frescos de un mancebo
en su primer abrazo a la hermosura;
cuchichean las hojas; tal parecen
lenguaraces obreras y envidiosas,
a la doncella de casa rica
en preparar el tálamo ocupadas.
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo.
Todo lo triste cabe en él, y todo
cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas, y polvo, derruidas
ramas; lo limpio; bruño con cuidado
cada hoja, y en los tallos; de las flores
los gusanos y el pétalo comido
separo; creo el césped en contorno
y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
apresto el corazón enajenado!



Mía
(Rubén Darío /1867-1916)

Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: la luz del día;
Mía: rosas, llamas.
¡Qué aromas derramas
en el alma mía
si sé que me amas,
oh Mía!, ¡oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo, triste; tú triste...
¿No has de ser, entonces,
Mía hasta la muerte?

A una novia
Rubén Darío (1867-1916)

Alma blanca, más blanca que el lirio
frente blanca, más blanca que el cirio
que ilumina el altar del Señor:
ya serás por hermosa encendida,
ya será sonrosada y herida
por el rayo de la luz del amor.
Labios rojos de sangre divina,
labios donde la risa argentina
junta el albo marfil al clavel:
ya veréis cómo el beso os provoca,
cuando Cipris envíe a esa boca
sus abejas sedientas de miel.
Manos blancas, cual rosas benditas
que sabéis deshojar margaritas
junto al fresco rosal del Pensil:
¡ya daréis la canción del amado
cuando hiráis el sonoro teclado
del triunfal clavicordio de Abril!
Ojos bellos de ojeras cercados:
¡ya veréis los palacios dorados
de una vaga, ideal Estambul,
cuando lleven las hadas a Oriente
a la Bella del Bosque Durmiente,
en el carro del Príncipe Azul!
¡Blanca flor! De tu cáliz risueño
la libélula errante del Sueño
alza el vuelo veloz, ¡blanca flor!
Primavera su palio levanta,
y hay un coro de alondras que canta
la canción matinal del amor.

Lujuria
Miguel de Unamuno (1864-1936)

Cuando murmuras con nervio acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento.
Cuando más que ceñir, romper intenso
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante y loca,
todo mi ser estremecido siento.
Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama,
quiero entonces, mujer. Tu eres mi vida,
ésta y la otra si hay otra; y sólo ansío


gozar tu cuerpo, que a gozar me llama,
¡ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío!...

Sed de tus ojos en la mar me gana...
Joaquín Dicenta (1862-1917)

Sed de tus ojos en la mar me gana;
hay en ellos también olas de espuma,
rayo de cielo que se anega en bruma
al rompérsele el sueño, de mañana.
Dulce contento de la vida mana
del lago de tus ojos; si me abruma
mi sino de luchas, de ellos rezuma
lumbre que al cielo con la tierra hermana.
Voy al destierro del desierto oscuro,
lejos de tu mirada redentora,
que es hogar de mi hogar sereno y puro.
Voy a esperar de mi destino la hora;
voy acaso a morir a pie del muro
que ciñe al campo que mi patria implora.


Soñé que tú me llevabas
Antonio Machado (1875-1839)

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!


Negros faroles sus ojos
Fernando Villalón (1881-1930)
Negros faroles sus ojos.
Su boca roja granada.
Cuchillito su nariz
sobre el labio apernacada.
Dos rosas en los oídos.
Dos hoyuelos en la barba.
De negra noche, dos trenzas
sobre los hombros de malva.
Dos piñones del pinar
de su cuerpo en dos manzanas
-blancas y rojas palomas
del palomar de las Gracias-.
A dormir va la pureza
del lino. Sábanas blancas
besarán entre sus pliegues
a la niña blanca, blanca.





Manos
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

¡Ay tus manos cargadas de rosas! Son más puras
tus manos que las rosas. Y entre las hojas blancas
surgen lo mismo que pedazos de luceros,
que alas de mariposas albas, que sedas cándidas.
¿Se te cayeron de la luna? ¿Juguetearon
en una primavera celeste? ¿Son de alma?
...Tienen esplendor vago de lirios de otro mundo;
deslumbran lo que sueñan, refrescan lo que cantan.
Mi frente se serena, como un cielo de tarde,
cuando tú, como tus manos, entre sus nubes andas;
si las beso, la púrpura de brasa de mi boca
empalidece de sus blancor de piedra de agua.
¡Tus manos entre sueños! Atraviesan, palomas
de fuego blanco, por mis pesadillas malas,
y, a la aurora, me abren, como son luz de ti,
la claridad suave de oriente de plata.


El color de tu alma
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

Mientras que yo te beso, su rumor
nos da el árbol que mece el sol el oro
que el sol le da al huir, fugaz tesoro
de un árbol que es el árbol de mi amor.
No es fulgor, no es ardor y no es rubor
lo que me da de ti lo que te adoro,
con la luz que se va: es el oro, es el oro,
es el oro hecho sombra: tu color.
El color de tu alma: pues tus ojos
se van haciendo ella, y a medida
que el sol cambia sus oros por sus rojos


y tú te quedas pálida y fundida,
sale el oro hecho tú de tus dos ojos
que son mi paz, mi fe, mi sol: ¡mi vida!

Desnudos
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
bajo la mano blanca, en el piano de ella...
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna, era tres veces bella.
Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y si acaso llorábamos sin vernos...
Cada nota encendía una herida de amores...
-...El dulce piano intentaba comprendernos.-
Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles...


Vergüenza
Gabriela Mistral (1889-1957)

Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.
Tengo vergüenza de mi boca triste
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!

Septiembre
César Vallejo (1893-1938)

Aquella noche de septiembre, fuiste
tan buena para mí... hasta dolerme!
Yo no sé lo demás; y para eso
no debiste ser buena, no debiste.
Aquella noche sollozaste al verme
hermético y tirano, enfermo y triste
Yo no sé lo demás... y para eso,
yo no sé por qué fui triste... tan triste!
Sólo esa noche de septiembre dulce,
tuve a tus ojos de Magdala, toda
la distancia de Dios... y si fue dulce!
Y también fue una tarde de septiembre
cuando sembré en tus brasas, desde un auto,
los charcos de esta noche de diciembre.


Madrigal
Concha Méndez (1898-1986)

Ven a mí que vas herido
que en este lecho de sueños
podrás descansar conmigo.
Ven, que ya es la media noche
y no hay reloj del olvido
que sus campanadas vierta
en mi pecho dolorido
Tu retorno lo esperaba.
De un ángulo de mi vida
voz sin voz me lo anunciaba.


Si me quieres, quiéreme entera
Dulce María Loynaz

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, Y gris, verde, y rubia,
y morena...
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!...
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... O no me quieras!




¡Cómo me dejas que te piense!
Pedro Salinas (1891-1951)
¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago sólo, yo.
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero
-unirnos- al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo sólo.

Sucesiva
Gerardo Diego (1896-1987)
Déjame acariciarte lentamente
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.
Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.
Así te quiero, fluida y sucesiva,
manantial de tú de ti, agua furtiva,
música para el tacto perezosa.
Así te quiero, en límites pequeños,
aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
y tu unidad después, luz de mis sueños.

El poeta pide a su amor que le escriba
Federico García Lorca (1898-1936)

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.

¡Esta noche es tan honda y es tan larga!
Juan Chabás (1900-1954)

¡Esta noche es tan honda y es tan larga!
El silencio se torna penetrante
lo mismo que el aroma de las rosas
que entre tus brazos nacen
del abril de tu cuerpo.
En la quietud del aire
respiro entre las sombras
tu aliento y tu mirada. Nadie sabe
que estás aquí y suspiras
con la brisa y las hojas, tibia carne
dormida entre jazmines; que te lleva
esa nube que pasa; que tu talle
se asoma tiernamente a las ventanas
que las estrellas abren,
dormidas, en el cielo.
Nadie te ve ni siente; nadie sabe
que estás aquí en mis labios;
que entre mis manos late
el olor de tu pelo; que tus ojos,
profunda sombra dulce, se entreabren
dentro del pecho mío.
No, amor, nadie lo sabe;
nadie, ni tu, mi amor, sabe que estoy
esperando contigo y a solas que pase
esta noche tan larga;
esperando que acabe
esta noche y despierte
el alba, el día, el aire
¡el alba, el aire, el día entre tus brazos!
¡amor, amor, amor, nadie lo sabe!



Te quiero
Luis Cernuda (1902-1963)

Te quiero
Te lo he dicho con el viento,
Jugueteando tal un animalito en la arena
O iracundo como órgano tempestuoso;
Te lo he dicho con el sol,
Que dora desnudos cuerpos juveniles
Y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes,
Frentes melancólicas que sostienen el cielo,
Tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas,
Leves criaturas transparentes
Que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua,
Vida luminosa que vela un fondo de sombra;
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
Más allá de la vida
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor
Quiero decírtelo con el olvido.

Subes del mar, entras del mar ahora
Rafael Alberti

Subes del mar, entras del mar ahora.
Mis labios sueñan ya con tus sabores.
Me beberé tus algas, los licores
de tu más escondida, ardiente flora.
Conmigo no podrá la lenta aurora,
pues me hallará prendido a tus alcores,
resbalando por dulces corredores
a ese abismo sin fin que me devora.
Ya estás del mar aquí, flor sacudida,
estrella revolcada, descendida
espuma seminal de mis desvelos.
Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta,
éntrate toda entera en mi garganta,
y para siempre vuélame a tus cielos.

Te esperaré apoyada en la curva del cielo
Ernestina de Champourcin

Te esperaré apoyada en la curva del cielo
y todas las estrellas abrirán para verte
sus ojos conmovidos.
Te esperaré desnuda.
Seis túnicas de luz resbalando ante ti
deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.
Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados
un látigo de niebla.
Sólo tú lograrás ceñir en tus pupilas
mi sien alucinada
y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto
a todo lo inasible.
Te esperaré encendida.
Mi antorcha despejando la noche de tus labios
libertará por fin tu esencia creadora.
¡Ven a fundirte en mí!
El agua de mis besos, ungiéndote, dirá
tu verdadero nombre.


Hallazgo
Carmen Conde

Desnuda y adherida a tu desnudez.
Mis pechos como hielos recién cortados,
en el agua plana de tu pecho.
Mis hombros abiertos bajo tus hombros.
Y tú, flotante en mi desnudez.
Alzaré los brazos y sostendré tu aire.
Podrás ceñir mi sueño
porque el cielo descansará en mi frente.
Afluentes de tus ríos serán mis ríos.
Navegaremos juntos, tú serás mi vela,
Y yo llevaré por mares escondidos.
¡Qué suprema efusión de geografías!
Tus manos sobre mis manos.
Tus ojos, aves de mi árbol,
en la yerba de mi cabeza.


La última luz
Luis Rosales (1910-1992)

Eres de cielo hacia la tarde, tienes
ya dorada la luz en las pupilas,
como un poco de nieve atardeciendo
que sabe que atardece.
Y yo querría
cegar del corazón, cegar de verte
cayendo hacia ti misma
como la tarde cae, como la noche
ciega la luz del bosque en que camina
de copa en copa cada vez más alta,
hasta la rama isleña, sonreída
por el último sol.
¡y sé que avanzas
porque avanza la noche! y que iluminas
tres hojas solas en el bosque,
y pienso
que la sombra ta hará clara y distinta,
que todo el sol del mundo en ti descansa,
en ti, la retrasada, la encendida
rama del corazón en la que aún tiembla
la luz sin sol donde se cumple el día.

Contigo (fragmento)
Gabriel Celaya (1911-1991)

Cuando te tengo y me tienes,
somos la eterna pareja,
somos la forma indivisa,
somos isla en las tinieblas.
Cuando navego fundido
por tu espesada indolencia,
cuando, abrazándose, encuentro
la redondez del planeta,
somos a muerte la vida
que en mí tiembla, que tú encierras.
Allá fuera queda el mundo
con sus relojes a vueltas,
sus faroles alienados,
sus timbres siempre de urgencia.
Aquí dentro, tú y yo juntos
completamos la conciencia.


Espumas
José Luis Cano

Este cuerpo de amor no necesita
quemar su luz en otra ardiente rama.
La lava en que se quema y que derrama
por su propio volcán se precipita.
Tu hermosura sin voz sólo me incita,
no un corazón ni el vuelo de una llama.
Mi alimento es mi amor, y lo que ama
mi sangre es esa piel que un astro imita.
¿Qué esconde esa belleza? Sólo espumas.
Oh hermosa nada que a mi amor convoca,
raudo cielo sin Dios, mar sin secreto.
Pero besar todas sus dulces plumas
es ya el único sino de esta boca,
la única gloria ya de ese esqueleto.

Un relámpago apenas
Blas de Otero (1916-1979)

Besas como si fuese a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,
me declaro vendido, sin vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes, sin dolerme,
tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio, Y luego, mimadora,
la brizas y las rozas con tu beso.
Oh Dios, oh Dios, si para verte
bastará un beso, un beso que se llora
después, porque ¡oh, por qué! no basta eso.

El amor I
Gonzalo Rojas

De pronto sales tú con tu llama y tu voz,
y eres blanca y flexible, y estás ahí mirándome,
y te quiero apartar, y estás ahí mirándome,
y somos inocentes, y la marca roja
me besa con tus labios, y es invierno, y estoy
en un puerto contigo, y es de noche.
Y no hay sábanas donde dormir, y no hay, y no hay
sol en ninguna puerta, y no hay estrella alguna
que arrancar a los cielos, y perdidos
no sabemos qué pasa, por qué la desnudez
nos devora, por qué la tempestad
llora como una loca, aunque nadie la escucha.
Y ahora, justo ahora que eres clara -permite-,
que te deseo, que me seduce tu voz
con su filtro profundo, permíteme juntar
mi beso con tu beso, permíteme tocarte
como el sol, y morirme.
Tocarte, unirte al día que soy, arrebatarte
hasta los altos cielos del amor, a esas cumbres
donde un día fui rey, llevarte al viento libre de la aurora,
volar, volar diez mil, diez mil años contigo,
solamente un minuto, pero seguir volando.

El amor III
Gonzalo Rojas

Mujer: crecemos, nos desesperamos creciendo,
oscuros, sin infancia, cada vez, más oscuros,
hacia el único origen inminente
donde renaceremos, donde tú
renacerás para mí sólo.
Para mí, para nadie
más que para mis besos, para mis treinta bocas,
para mi torbellino donde aprendiste un día
a caer velozmente como una estrella errante:
mujer, estrella mía, velozmente.
No me obstino en tocarte por sólo enardecerte.
Tengo experiencia: te amo.
Tengo violencia: te amo todavía más hondo,
todavía más lejos que todos los delirios
y, como ellos, te cobro posesión implacable.
Oh flor única: nadie
vio con tu naturaleza la libertad del día
como yo vi. Ninguno
te supo descifrar, apacible corola,
maternidad profunda.
Madre del hombre, madre de los sueños del hombre,
poseída, preñada por el furor del hombre,
por la inocencia, por el desamparo
del hombre.
Mujer, el tiempo pasa. Yo soy hombre. Tú
eres una mujer, La poesía
es nuestra sangre. Todo
lo que pueda decirse de nosotros es eso,
y algo más que es inútil
repetirlo.

Nunca terminaré de amarte
Gloria Fuertes

Y de lo que me alegro,
es de que esta labor tan empezada,
este trajín humano de quererte,
no lo voy a acabar en esta vida;
nunca terminaré de amarte.
Guardo para el final las dos puntadas,,
te-quiero, he de coser cuando me muera,
e iré donde me lleven tan tranquila,
me sentaré a la sombra con tus manos,
y seguiré bordándote lo mismo.
El asombro de Dios seré, su orgullo,
de verme tan constante en mi trabajo.

Los dos
Vicente Gaos (1919-1980)


Cuando en la noche a tu pasión me entrego,
dimes: ¿quién es el cielo y quién la estrella?
Cuando tan alto amor el mundo sella,
¿es ciega la pasión o yo me ciego?
Ahora tú me conduces, pero, luego,
yo seré quien te conduzca a aquella
noche estrellada, iluminada y bella,
en donde a la pasión vence el sosiego.
En donde la pasión encadenada
y la serenidad del sabio vuelo
- feliz estrella de la noche amada,
íntima confusión, cielo del cielo-
crean esta inmortal noche estrellada
e inmóvil resplandece nuestro anhelo



Corazón coraza
Mario Benedetti


Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busqué y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Canción de amor para después de la vida
Carlos Bousoño

Tú que me miras,, tú que me ves aquí
en la tierra
como en la tierra soy,
como en la tierra estoy sin merecerte,
tú, pequeña verdad humana mía,
aquí sin merecerte, sin merecer tu humana luz,
tu belleza tranquila y delicada,
fugaz y delicada como una luz tranquila,
capaz, ay,
de envejecer y de morir también;
tú, sí, a quien he llegado
tan tarde ya, sin merecer ese sosiego ya
de tu pura belleza,
¿podré entonces, de pronto
encontrarme a tu lado revestido de aquello que quisera
para mí junto a ti?
¿Podré ser digno entonces de ti entonces,
y dignamente estar como quisiera estar:
dignamente a tu lado, mereciendo
continuamente lo que eres
ahora para mí,
en esta tarde en que tú estás sentada
al lado mío contemplando
con tristeza mi rostro,
que ha empezado quizá,
tan pronto,
a envejecer...?

En ti me quedo (fragmento)
Ángel González

Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus brazos y tus piernas,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descanso en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.


Me basta así (fragmento)
Ángel González
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirse y repetirse,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada


Nombre entregado (fragmento)
J.M. Caballero Bonald

Tú te llamabas Carmen
y era hermoso decir una a una tus letras,
desnudarlas, mirarte en cada una
como si fuesen ramas distintas de alegría,
distintos besos en mi boca reunidos.
Era hermoso saberte con un nombre
que ya me duele ahora entre los labios,
me sangra entre los labios como un recuerdo exangüe,
como algo que yo querría nombrar constantemente
y me estuviese anonadando con sus límites,
con su doliente negación de ser,
porque es amargo pronunciar lo que en olvido acaba.
Yo pienso que ya no puedes tú tener un nombre,
encerrar en un nombre tu ternura,
tus verdes ojos dulces,
la dorada humedad de tu cabello,
que ya no puedes responderme si te llamo,
si te sigo llamando y nada me devuelve
la impaciente constancia de que estás.



Esta imagen de ti
José Ángel Valente

Estabas a mi lado
y más próxima a mí que mis sentidos.       
Hablabas desde dentro del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras respirara.              
Estaba tu cabeza suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.              
Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.

Ocaso
Antonio Colinas

Cuando la noche llega sobre el mar a la isla
sales del laberinto, del templo resonante.
Se encienden en las salas las lámparas de cobre.
El incienso lo lleva la brisa a los jardines.
Los sótanos entierran músicas y oraciones.
Mujer, mujer, en ti todo el ocaso es fruto.
De penumbra y de pájaro están hechos tus ojos.
Puros y firmes son tus muslos: son columnas.
Sales, paseas, dejas un velo entre las flores.
En la loma te quedas mirando el mar violáceo
que se repliega exhausto, colmado, conmovido.
Tus dos labios sonámbulos adivinan la noche,
ponen cerco de carne a la redonda luna.
Mujer, mujer, preguntas encierra el corazón,
¿Dónde encontrar palabras para escribir tu historia?
¿Con qué alucinaciones construiré mis versos?
Diosa o mujer, te miro y te pierdo para siempre.


Despedida
Antonio Colinas
María, pesadumbre o viento oscuro
nieve apretada en rosas contenida
carroza de marfil en cada poro,
dos astros luminosos en las manos.
Lejos de ti la noche bebe muerte,
el río se envenena de raíces
y en los espejos rotos hay palomas,
peces azules, lagos de agua negra.
Todo el pecho enlutado de ramajes,
de nubes violentas que tú viste
tengo, María, y el mirar vencido.
Sólo para aprender en tu sonrisa vivo.
Del brebaje amoroso poso en copa
de plata erea, María, que yo bebo.
Eres semilla y yo tierra que espera
tu corazón de madre y niña sabía.

Sin
Jaime Siles

Sin signos.
Sin idioma.
Sin final.
Tal cual a ti
en ti
nada te cambia.
Lo anterior a tu voz,
eso es el mundo.

AMOR MÁS PODEROSO QUE LA VIDA
Jaime Gil de Biedma
La misma calidad que el sol de tu país,
saliendo entre las nubes:
alegre y delicado matiz en unas hojas,
fulgor de un cristal, modulación
del apagado brillo de la lluvia.
La misma calidad que tu ciudad,
tu ciudad de cristal innumerable
idéntica y distinta, cambiada por el tiempo:
calles que desconozco y plaza antigua
de pájaros poblada,
la plaza en que una noche nos besamos.
La misma calidad que tu expresión,
al cabo de los años,
esta noche al mirarme:
la misma calidad que tu expresión
y la expresión herida de tus labios.
Amor que tiene calidad de vida,
amor sin exigencias de futuro,
presente del pasado,
amor más poderoso que la vida:
perdido y encontrado.
Encontrado, perdido...
IDILIO EN EL CAFÉ
Jaime Gil de Biedma
Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos —qué latido
de la sangre en los párpados— y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.
No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con ojos vivientes?
La tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.
Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba, mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
              y este beso igual que un largo túnel.

Cuando en tardes que sobran las palabras
Javier Egea

Cuando en tardes que sobran las palabras y el día
sólo somos tú y yo, cada cual con su espera
y sin embargo atados en la misma carrera,
en el afán de luz, en la oscura alegría;
cuando nada se entiende sino en tu compañía
que le pone a los pasos un eco de bandera,
cuando ya todo el sueño se curva en tu cadera
y sólo en ella crecen velas, barcos, bahía;
cuando un día se sabe que pueda ser distinto
y se enciende la vida mientras amas y mueres,
cuando nada es distinto pero todo se evoca;
cuando se pide a un cuerpo la luz de un laberinto
y naufragan los días sin saber ni quién eres
y me pides silencio con un dedo en la boca.

EL LARGO ADIÓS
MATERIALISMO ERES TÚ
Javier Egea
¿Y tú me lo preguntas?
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Si supiste decirme que no estamos en paz,
si venir a tus labios fue sentir el calor
de un hermoso equipaje para siempre en los hombros.
Si se abrió el horizonte con sus ojos brillantes,
con toda su extrañeza.
Si hay días, raros días
en que cruzas de pronto la calle y me sorprendes
con alguna denuncia inesperada.
Si hay tardes, raras tardes
que me atrevo a contarte
mi pequeña verdad de enamorado,
que me atrevo a tirar por la borda algún jirón
de esta memoria sucia de dominio,
turbia de soledad.
Si hay noches, raras noches
que cuando te descubro
por una de esas calles que llevan al mercado
parece que una estrella, de golpe, me alumbrara.


El lugar del crimen
Luis García Montero
Más allá de la sombra
te delatan tus ojos,
y te adivino tersa,
como un mapa extendido
de asombro y de deseo.
Date por muerta
amor,
es un atraco.
Tus labios o la vida.


Dedicatoria
Luis García Montero
Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

EL AMOR
Luis García Montero
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.


PROBLEMAS DE GEOGRAFÍA PERSONAL
Luis García Montero

Nunca sé despedirme de ti, siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho,
con un malentendido que temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se convierte
en desesperación.

Nunca se despedirme de ti, porque no soy
el viajero que cruza por la gente,
el que va de aeropuerto en aeropuerto
o el que mira los coches, en dirección contraria,
corriendo a la ciudad
en la que acabas de quedarte.

Nunca sé despedirme, porque soy
un ciego que tantea por el túnel
de tu mano y tus labios cuando dicen adiós,
un ciego que tropieza con los malentendidos
y con esas palabras
que no saben pronunciar.

Extrañado de amor,
nunca puedo alejarme de todo lo que eres.
En un hueco de torpe inexistencia,
me voy de mí
camino a la nada.


Égloga de los dos rascacielos (Fragmento final)
Luis García Montero

Amor, soñado amor, tú que has estado
en el pecho y la voz de un hombre triste,
tú que conmigo vas desesperado,
respeta que no dé lo que no diste,
que traiga libertad a este rimado
por vengarme del daño que m
e hiciste,
a los dos rascacielos indultando
de tu cerco, tu ley, tu contrabando.

¡Retírate a las nubes más secretas
lo mismo que hace el sol! La luz cobarde
huye llorando lágrimas violetas.
De rosa el horizonte en rojos arde,
las estrellas deshacen sus maletas,
se le cierran los ojos a la tarde,
mientras que vigilando su fortuna,
abre los suyos la impaciente luna.







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